La pasión por la lectura,
¿NACE o SE HACE?
"No hay cosa que desanime más a la lectura que la
obligación de leer".
Destrás de ésta afirmación, no se apremia la necesidad de
mejorar la comprensión lectora de un niño, ni el deseo de acelerar
el proceso de aprendizaje de la lecto-escritura, ni la intención de
fomentar la adquisición de más vocabulario o el objetivo de
disminuir el número de faltas ortográficas. Todas estas cosas y
muchas más se consiguen con la lectura, pero si convertimos la
lectura en una pesada tarea no nos extrañemos luego de que se
convierta para el niño en algo tedioso y aburrido.
La pasión lectora no se consigue por imposición,
ni por competición (¡a ver quién acumula más puntos por leer
libros y responder correctamente a un cuestionario!) y últimamente podría afirmarse que ni siquiera por imitación. Puede funcionar con niños que
igualmente ya están bien predispuestos, pero puede tener efectos
nefastos en otros.
Por supuesto, es importante que los niños vean leer a sus
padres y a los adultos de su entorno en general, pero también a sus
iguales. Es importante que haya libros en casa, y el libro sea
tratado con el respeto y la estima que su contenido merece. Es
importante visitar bibliotecas, y tirarse en el suelo con los niños
a hojear álbumes ilustrados. Es importante poner a su alcance
cómics, libros de conocimientos de temática diversa, poesía,
ficción y no ficción, libros con dibujos y sin dibujos. Es
importante leerles cuentos en voz alta, antes de dormir o en
cualquier otro momento del día. Pero esto no es mágico; podemos
haberlo hecho todo “bien” y que nos salga todo “mal”.
“¡Horror, tenemos un hijo no lector! ¿En qué nos habremos
equivocado?”. Y es posible que esta angustia nos impulse a dar
nuestro primer mal paso: la obligación de leer.
Supongo que todo el mundo conoce ya a estas
alturas el decálogo de los derechos de los lectores de Daniel
Pennac. Por si acaso, lo tenéis aquí arriba…
“El derecho a no leer”. Es el primer y más básico derecho a respetar para conseguir grandes lectores.
A veces sucede que la mecánica de la lectura resulta tan pesada para el niño que es incapaz de entrar en el libro. Cualquier adulto que adore la lectura podrá explicar cómo vive dentro del libro, en otro mundo, mientras se sumerge en la lectura. ¡No está leyendo, está viviendo! ¿Acaso podemos comparar esa experiencia placentera con el descifrado penoso de unos símbolos puestos en una interminable línea?
Vayamos más adelante: la criatura ya ha dado su pequeño salto. Ya se está remojando los pies tímidamente en el mundo tras la letra. Pero a lo mejor no le entusiasma. No, todavía no ha encontrado su libro.
Si en uno de estos dos puntos – el descifrado meticuloso o la decepción tras el esfuerzo – intentamos presionar en exceso al niño para que se interne en un mundo que le parece intransitable o carente de interés, ¿qué reacción esperamos?
“El derecho a no leer”. Es el primer y más básico derecho a respetar para conseguir grandes lectores.
A veces sucede que la mecánica de la lectura resulta tan pesada para el niño que es incapaz de entrar en el libro. Cualquier adulto que adore la lectura podrá explicar cómo vive dentro del libro, en otro mundo, mientras se sumerge en la lectura. ¡No está leyendo, está viviendo! ¿Acaso podemos comparar esa experiencia placentera con el descifrado penoso de unos símbolos puestos en una interminable línea?
Vayamos más adelante: la criatura ya ha dado su pequeño salto. Ya se está remojando los pies tímidamente en el mundo tras la letra. Pero a lo mejor no le entusiasma. No, todavía no ha encontrado su libro.
Si en uno de estos dos puntos – el descifrado meticuloso o la decepción tras el esfuerzo – intentamos presionar en exceso al niño para que se interne en un mundo que le parece intransitable o carente de interés, ¿qué reacción esperamos?
Pero un día el niño – o el adolescente, pues
en ocasiones es necesario esperar más de una década – abre unas
páginas y, de repente, ya no está allí. Ha entrado y se ha
enamorado. Quizá haya sido con una novela romántica, o con un
relato de fantasía o ciencia ficción, o un best-seller de medio
pelo. A lo mejor no ha sido atrapado por las obras clásicas de la
alta literatura que quisiéramos verle leer. Pero ha iniciado su
camino y no sabemos hasta dónde le puede llevar. Ojalá ese niño o
ese joven tenga a su alrededor adultos – o compañeros de su edad –
que le respeten pero que también le puedan ofrecer un entorno rico y
unas sugerencias de lectura acertadas.
Daniel Pennac explicaba cómo enganchaba a sus alumnos en sus
tiempos de profesor de literatura en institutos de zonas muy
difíciles. Les leía en voz alta un texto de la literatura universal
– preferiblemente que no estuviera en el programa de lecturas
obligatorio francés – y lo hacía con una entonación y prosodia
adecuadas. Cuando los alumnos estaban interesados en saber qué
sucedía, cerraba el libro. “¡Profe!, ¿qué sucede después?”.
Y el libro estaba disponible en la biblioteca…
“Una sola
condición para esta reconciliación con la lectura: no pedir nada a
cambio. Absolutamente nada. No construir ninguna muralla de
conocimientos preliminares alrededor del libro. No plantear la más
mínima pregunta. No poner ni la más pequeña tarea. No añadir ni
una sola palabra a las de las páginas leídas. Ningún juicio de
valor, ninguna explicación del vocabulario, nada de análisis de
texto ni de indicaciones bibliográficas…Prohibirse del todo
“hablar sobre”.
Lectura-regalo.
Leer y esperar.
No se fuerza una curiosidad, se la despierta.
Leer, leer y darle confianza a los ojos que se abren, a las caras que se juntan, a la pregunta que va a nacer y que llevará a otra pregunta.” (Daniel Pennac. Como una novela.)
Lectura-regalo.
Leer y esperar.
No se fuerza una curiosidad, se la despierta.
Leer, leer y darle confianza a los ojos que se abren, a las caras que se juntan, a la pregunta que va a nacer y que llevará a otra pregunta.” (Daniel Pennac. Como una novela.)
Fuente:Elena Ferro